Comentario
Dentro de los países de la Corona, Aragón es el que posee una agricultura tradicional y un sector ganadero más sólidos. Su estructura de cultivos experimentó, según J. A. Sesma, a quien seguimos en lo tocante a Aragón, algunas modificaciones durante el siglo XIV: básicamente se produjo un descenso relativo de la producción cerealística, una intensificación del cultivo del olivo y la vid y una potenciación del lino, el cáñamo y el azafrán. El trigo aragonés era suficiente para cubrir las necesidades del reino y alimentar un rico comercio de exportación hacia Cataluña y también el sur de Francia superior a los 15.000 cahices anuales. El aceite aragonés era muy apreciado en Navarra, Cantabria y el sur de Francia hacia donde afluían los excedentes en cantidad superior a las 100.000 arrobas anuales. Los cultivos de azafrán, introducidos por los musulmanes en el Bajo Ebro, se extendieron durante la segunda mitad del siglo XIV bajo el estímulo de la demanda del mercado centroeuropeo y del sur de Francia, canalizada por mercaderes aragoneses, catalanes, saboyanos y alemanes.
La cabaña aragonesa de ganado lanar, favorecida quizá por el incremento de la superficie de pastos a raíz del abandono de tierras de cultivo por las mortandades, superó ampliamente el millón de cabezas a finales del siglo XIV y duplicó esta cifra a mediados del XV. Cabe distinguir tres zonas ganaderas en Aragón:
1) Zaragoza y su término, con el 30 por ciento de los efectivos aproximadamente y el control de la Casa de Ganaderos de Zaragoza, que desde comienzos del siglo XIII obtuvo licencias de pasto por la cuenca del Ebro y las tierras del Somontano Ibérico, y en 1459, de acuerdo con las autoridades zaragozanas, convirtió en dehesa parte de los montes comunes del término de Zaragoza (J. A. Sesma);
2) el Bajo Aragón, con las comunidades de Teruel, Daroca y Albarracín, que poseían más del 40 por ciento de las cabezas de ganado del reino y enviaban sus ganados a los pastos de verano del Maestrazgo y hacían las invernadas en el llano de San Mateo, y
3) la zona norte, la más atrasada, que agrupaba cerca del 30 por ciento de los ganados, y practicaba desde antiguo un sistema de trashumancia que enlazaba los valles pirenaicos (pastos de verano) con las tierras de invernada de la Litera y las Cinco Villas. No hace falta decir que Aragón era autosuficiente y exportador de carne de ovino, aunque habría que añadir que importaba ganado vacuno y porcino.
Cataluña, a causa del crecimiento de la población durante la plena Edad Media, antes de las epidemias, y de la orientación de una parte de la agricultura hacia los cultivos especulativos e industriales de exportación, fue, como Mallorca, desde el siglo XIV, un país deficitario en cereales, sobre todo trigo, que habitualmente se importó de Aragón, Languedoc, Provenza, Castilla, Cerdeña y Sicilia, y a veces también de la península italiana y el norte de Africa.
Barcelona era el principal centro consumidor, y el aprovisionamiento y venta del cereal una de las grandes preocupaciones de los magistrados municipales, que intervenían activamente en este tráfico. El trigo aragonés, especialmente apreciado por los barceloneses, llegaba por la ruta fluvial del Ebro, vía Tortosa, y desde aquí por mar hasta Barcelona, con lo que resultaba especialmente vulnerable al asalto de los piratas. Para defenderlo de sus ataques y de los impuestos de Tortosa, y garantizar mejor el abastecimiento, las autoridades barcelonesas compraron castillos y baronías de la zona del Ebro como Flix, la Palma y Mora. El trigo sardo, siciliano e italiano era bien aceptado en Valencia y Mallorca (ampliamente deficitaria de cereal en esta época) pero menos en Barcelona, donde se temían los problemas de suministro a causa de las guerras marítimas entre genoveses y barceloneses (como sucedió en 1333) y de la irregularidad de las cosechas sardas. Con el comercio del trigo se cometieron abusos y enriquecimiento ilícito, y las carestías produjeron situaciones de gran tensión que las autoridades intentaron atajar con la venta del cereal a bajo precio, lo que agravó el endeudamiento de la ciudad.
Cataluña, según C. Carrére, renunció a la autarquía cerealística durante el siglo XIII o a comienzos del XIV, cuando los mercaderes barceloneses persuadieron a señores y campesinos de que era más rentable cultivar plantas industriales y comerciales, como el azafrán, que cereales. Durante más de un siglo el azafrán, producto cotizado en los mercados europeos, proporcionó las divisas necesarias para comprar trigo y materia prima para su industria. Pero, con ello, las bases económicas del país se habían hecho muy vulnerables. Cuando hacia 1450, en plena crisis, se perdieron mercados exteriores, fue todo el sistema económico y social el que resultó dañado.
En contraste con la producción cerealística, Cataluña producía vino, aceite y fruta seca suficiente para sus necesidades y para la exportación.
Las carencias volvían a notarse en el sector ganadero, del que también fue crónicamente deficitario el reino de Mallorca. El aprovisionamiento cárnico fue una de las grandes preocupaciones de los gobiernos de las ciudades, sobre todo de Barcelona. Mientras Cataluña era autosuficiente en carne porcina y aves de corral, resultaba deficitaria en carne de ovino, que era menester importar de Aragón, y queso de oveja que se compraba en las Baleares, Sicilia y Cerdeña. La miel, edulcorante tradicional, procedía de las comarcas más meridionales del Principado y de la tierras del norte del reino de Valencia, donde también se producía y exportaba azúcar de caña.
Cataluña era también un país deficitario en pescado, lo que obligaba a comprarlo seco y salado de Sicilia, Málaga y Flandes, transportado en este caso por castellanos y portugueses. Como es lógico, también a Aragón llegaba el pescado del exterior, en este caso del Cantábrico, por la ruta de Navarra.
La situación en el reino de Valencia era distinta. Aunque también había déficit frumentario, los valencianos poseían una agricultura próspera y variada, que con frecuencia les permitía compensar la carencia de unos productos con la abundancia de otros: la penuria de trigo, por ejemplo, a veces se combatía con arroz.
Mientras las Baleares y el Principado, carentes de una base agrícola firme, dependían de los márgenes de beneficios de su comercio exterior para comprar alimentos, la producción del agro valenciano los años buenos (los de tres cosechas, decía Eiximenis) cubría la demanda interior, y tenía sobrante para exportar (sobre todo arroz y azúcar). Sería esta mayor riqueza agrícola, unida al flujo constante de inmigrantes, lo que explicaría que Valencia superara pronto la crisis bajomedieval e incluso iniciara un período de prosperidad, mientras Mallorca y Cataluña seguían hundidas en la crisis. El punto débil de la agricultura valenciana era el déficit de trigo (la única región excedentaria era la de Orihuela), producto que los agricultores postergaban porque lo consideraban menos rentable que las hortalizas, el arroz, los cítricos, la caña de azúcar y las plantas industriales. Los magistrados de la ciudad de Valencia compartían con los de Barcelona una similar preocupación por el aprovisionamiento de trigo que, según las necesidades y la situación del mercado, podían importar de Sicilia, Nápoles, Berbería, Francia y Aragón. El reino de Valencia era probablemente más ganadero que Cataluña. Mediante acuerdos, sus ganados pastaban en tierras aragonesas de Albarracín y en castellanas de Murcia y Cartagena.